miércoles, 19 de noviembre de 2008

La revancha al poder


El afiche promocional del Quitu Raymi es extraño, cándido, un chance antipático. Escrito primero en quichua y después en español, presenta de forma powerpointesca tres tortas donde se ilustra una encuesta sobre las corridas de toros. Los números son muy decidores: a la mayoría de habitantes de Quito (porque asumo que la encuesta se hizo en Quito) no le gusta las corridas de toros. Punto. Las otras dos preguntas, una sobre la asistencia a las corridas y la otra, nada disimulada, sobre si se debería prohibir la feria de toros, son de simple relleno. El afiche cierra con la original frase: “la mayoría hace el cambio”.

El mensaje no puede ser más claro, lo que me gustaría que alguien del Quitu Raymi me explique es por qué promocionan un festival que incluye teatro, danza, música, juegos populares y deportes extremos con la acusación histérica de terminar con las corridas. Por revolucionarios, indigenistas, anarquistas o alternativos que quieran parecer, es lamentable que usen las mismas estrategias de promoción que ha usado la clase política desde hace siglos: cascarle al rival. Nada menos revolucionario que insultar al opositor en vez de presentar las propias iniciativas.

Antes de que me acusen de torturador y asesino de animales o de simple pelucón, creo que debo responder primero la encuesta antes de seguir. Uno: no, no me gustan las corridas de toros ni ver sufrir a los pobres toritos, pero debo admitir que sí encuentro cierto valor estético a la lidia: el vestuario, los colores, los movimientos del capote, los giros de la capa, etc. Nos guste o no, es una manifestación cultural tanto como la costumbre, casi desaparecida espero, de cazar cóndores para hacer collares y silbatos con sus huesos, como vi alguna vez en un documental sobre una fiesta indígena hace algunos años. ¿Eso no es un sacrificio innecesario acaso? Dos: no, tampoco asisto a las corridas desde hace al menos 20 años. Fui a algunas en mi niñez, cuando la Feria de Quito todavía era una novelería accesible a la clase media y los alrededores de la plaza no eran una cantina al aire libre. Y tres: no, no creo que se deban prohibir las corridas de toros sólo porque a los del Quitu Raymi no les gustan.

A mi tampoco me gusta la danza, por ejemplo, me parece ñoña, soporífera y pretenciosa. Como la poesía, comprensible solo para sus autores, unos pocos iniciados y los snobs que quieren creer que la entienden. Si me preguntan también deberían prohibirla y si hago una encuesta similar seguro que mis números serán más grandes que los de ellos, lo que podría llevarme a la errada conclusión de que tengo derecho a iniciar una campaña para prohibir la danza y borrarla de la lista de las artes. ¿Qué tal?

Si vamos por esas, también podríamos hacer una encuesta a ver a cuántos habitantes de Quito les gusta el hip hop, el ska, el punk, el trash o la música gótica. Una encuesta, como bien deberían saber los amigos quituraymis, no significa mucho. Si la idea es hacer un festival que haga contrapeso a la absurda noción de que las fiestas de Quito son solo toros y reinitas y sombreros y vinos, deberían concentrarse en promocionar todo lo bueno que ofrece su festival, que espero sea mucho, y no tomando como punto de partida la revancha descalificadora y la dependencia de lo que haga o diga el otro. Lo realmente malo en la Feria de Quito actualmente es su elitización y la legitimación que tiene ese único aspecto de la fiesta por parte de los medios, cuando deberían ceder el mismo espacio a otras manifestaciones como el mismo Quitu Raymi.

Que a mí me disguste tal o cual costumbre me da el derecho a no asistir, simplemente. El beneficio común o el rescate de identidades tienen líneas borrosas que cualquiera puede mover a su antojo; de ahí que sean tan mentirosas las posiciones radicales al respecto y que sea tan difícil aceptar, para unos y otros, que esta ciudad no es española ni indígena: es mestiza, con todas las contradicciones, los colores y sabores que esto implica. El hornado con cerveza es el mejor ejemplo que me viene a la mente.