lunes, 14 de abril de 2008

Pop: larga vida y corta duración


Tal vez la forma más sencilla de explicarse el pop es el chicle: dulzón, suave, pegajoso y de corta duración, pero no es bueno tragárselo. El riesgo es confundirlo con un alimento más cuando todo el asunto consiste en una masa informe que entretiene, sólo eso.

El pop es sobre todo simulación, apariencia, máscara. Las divas y divos del pop muestran mucho, a veces más de lo que quisiéramos, pero solo frente a la cámara; su atrevimiento, osadía y en ocasiones hasta su sex-appeal duran lo que diga el contrato, ir más allá sería quebrar una de las reglas básicas de esta cultura: la simplificación, el encanto de la primera impresión, el veme-y-no-me-toques. Y aunque la fórmula es superconocida no deja de funcionar, el embrujo de los tonos pasteles se extiende a todos los ámbitos de la vida: en el mismo puré se juntan Bono, Shakira, las ballenas, Pavarotti, Beckham, la lucha contra el sida, Sarkozy, Juan Pablo II, la Madre Teresa, el calentamiento global. La lista aumenta y se actualiza cada semana, la única condición es llegar a la mayor cantidad posible de gente.

¿Cómo hace el pop para alimentarse? Pues se sirve de todo lo que sea útil para hacerse visible: desde la realeza europea hasta el Che, entre Lady D. y los damnificados del tsunami, prácticamente todo ser y actividad, terrestre o no, puede formar parte de la estética pop, basta con pasteurizar la imagen del sujeto y hacerla más accesible (vía eliminar todo lo que pueda ofender susceptibilidades demasiado susceptibles) para que empiece a rodar de forma inocua, sin riesgo para la salud. ¿Calidad? Búsquenla en el sonido, no en la música, vayan a rescatarla de la puesta en escena, en los 80mil kilowatts de luces robóticas y 40 bailarines, no en las dotes interpretativas de la estrella de turno. En el cine pop no importa la actuación o la historia, importa la iluminación sin sombras, la utilería nueva y el vestuario pulcro. Bajo la misma lógica no necesitamos salvar personas hambrientas o enfermas, con comprar la pulsera de turno habremos hecho nuestra parte. De paso nuestra imagen subirá muchos puntos.

El fondo está en la forma simplemente, la profundidad y la coherencia del pop están en el pop mismo, o más claramente, no las necesita. Se equivoca quien quiera medirlo con los mismos parámetros que a otras manifestaciones culturales. Porque finalmente el pop nos quita, pero también nos da muchas cosas, mucho placer sensorial sobre todo, y eso siempre se agradece. Yo no disfrutaría ver a Cesaria Evora contoneándose con minifalda de colegiala, pero ¿quién puede resistirse a un video de Lindsay Lohan cuando está sobria? ¿Quién, cuando el sábado a la tarde le sorprende sin nada que hacer, va a la esquina y compra una película de Ingmar Bergman para matar el tiempo? Ése es el papel del pop, entretenernos sin dobleces, marearnos la neurona y hacernos creer, aunque sea un ratito, que la vida es un despliegue de colores armónicos que paradójicamente reducen todo al blanco y negro, con lo cual nos quitamos muchas preguntas de encima.

Y cuando la diversión se acaba, basta con cambiar de canal.

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