martes, 22 de abril de 2008
hombres (y mujeres) de poca fe
Puede sonar ridículo pero aún me sorprendo de que los aviones se mantengan en el aire, pienso en eso mucho más cuando estoy dentro de uno de ellos, me parece incoherente que algo tan pesado tome viada, suba y no caiga estrepitosamente como lo haría cualquier otra cosa del mundo real que conozco. Entiendo como funciona un automóvil, una chispa origina una explosión de combustible en un compartimiento cerrado y la energía escapa empujando un émbolo o pistón que a su vez mueve un rotor, en otras palabras la energía de la explosión se canaliza para mover un motor, hasta ahí la ciencia es una cosa entendible, pero cuando se habla de esas cosas de la aerodinámica y termodinámica, de la velocidad de las corrientes de aire y la presión atmosférica, las explicaciones solo suenan bien en la pizarra de cuarto curso, pero ya dentro del avión la cosa es diferente.
Antes era más fácil, porque incluso volando en clase económica tenías derecho a algún traguito y eso calmaba el ansia de entendimiento científico. Pero ahora, como uno viaja en plan chiro y los tragos cuestan, tiene que buscar consuelo en la razón y es entonces cuando entro en pánico. La razón me dice que nada de tanto peso esta destinado a subir, que los metales no vuelan, que las cómodas butacas con espacio para estirar los pies no vuelan, que en la naturaleza no hay ningún pájaro que con sus alas tiesas y sin batir se eleve del piso. Luego, para rematar pienso en los muchos accidentes aéreos que he visto en la televisión, desde los primeros intentos de los hermanos Wright hasta el de Cubana de aviación.
Uy no, volar es toda una tragedia sobretodo en clase económica, para ser sincero, si no llego a escaparme o volverme loco en un avión, no es porque entienda como funciona esa magia de la aviación sino porque creo que si tanta gente lo usa supongo que debe funcionar o como diría Facundo Cabral, millones de vacas no se pueden equivocar. Y pensándolo bien yo también soy una vaca, porque soy parte de la la masa que otros verán para tomar el valor de subirse a un avión, nos repetimos eso de que las estadísticas dicen que es más seguro viajar por aire que por tierra y nos subimos, las primeras veces con miedo y si eres viajero frecuente el volar se vuelve algo trivial y ya ni piensas en ello. Pero me pregunto, ¿cuántos de los millones de personas que suben a un avión entienden realmente como funciona?, la verdad, creo que muy pocos quizás ni los pilotos.
Cuando nos trepamos a esos aparatos voladores arriesgamos lo más preciado: nuestras vidas, y no lo hacemos por que nos es obvia la aerodinámica sino porque todo el mundo lo hace y sería muy provinciano no hacerlo.
La promesa de la modernidad nos hablaba de el dominio de las adversidades de la naturaleza por medio de el ingenio y el conocimiento, del desterrar los mitos y supersticiones reemplazándolos por la razón. En efecto la cruzada racionalista nos ha llevado bastante lejos pero seamos honestos, los mitos no se han desterrado, los dogmas siguen tan vigentes como siempre, solo que ahora son otros y se visten de cientificidad, se demuestran en estadísticas y estudios en los que tenemos fe como antes se tenía fe en los rezos de los shamanes o en Dios mismo. Nos subimos a los aviones como acto de fe en la ciencia, en la sociedad, es más, en la seriedad de una compañía aérea o sea en una marca.
Este no es una alegato contra la fe, todo lo contrario, creo que en la persistencia de ella a pesar de la racionalidad se comprueba su importancia y el error de la miope mirada occidental que degradó a los mitos y creencias místicas a folclore o prácticas barbáricas sin darse cuenta que ella también la usa.
Me gusta tener fe, no creo en un dios, pero hallo seguridad en muchas cosas que no entiendo y no veo como podría vivir de otra manera.
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