lunes, 28 de abril de 2008

Los que dan decidiendo


Vida y muerte. Ya es una obviedad decir que no son conceptos opuestos sino complementarios, que al nacer se empieza a morir, etc. Lo que me preocupa, otra vez, es la apropiación de estos conceptos y su utilización, en este caso por parte de los modernos guardianes de la moral, los gurús del correcto vivir. Esos que deciden solitos por todos los demás.

Me cabrea la actitud de los grupos pro-vida que ven todo en blanco y negro y tildan a los que defienden el derecho a la libre elección como asesinos y enemigos de la vida, mientras ellos se presentan como únicos representantes de lo bueno, bello y verdadero.
Reducir tramposamente la discusión a un debate entre buenos y malos es patético pero lamentablemente efectivo. Una vez más me parece sólo cuestión de comodidad: es más fácil servirse del amarillismo y mostrar imágenes a todo color y con zoom incluido de fetos destrozados que debatir la educación sexual, el derecho al placer y otros temas que ruborizan a estos gurús. Los mismos que tan apasionadamente hablan del derecho a la vida no tienen empacho en defender con la misma pasión y la misma cara de tabla la instauración de la pena de muerte como solución a la delincuencia. Sospecho que también, aunque nunca lo digan, estarán a favor de cortarles las manos a los ladrones por ejemplo. Claro que esto último es un prejuicio de mi parte, pero como decía antes me cabrea que el derecho al aborto, la decisión sobre la propia vida y el cuerpo esté dictada por hombres que no se embarazan, por curas y monjitas que no tiran (bueno, ése es otro tema), por doñas bien o mal casadas que no conocen más disfrute que el juzgar y mandar vidas ajenas y por modelitos bravísimas que condenan el derecho a decidir de otras mujeres, pero bien que gozarán lo suyo con todas las herramientas a la mano.

Lo mismo pasa con la eutanasia, también conocida como el derecho a bien morir. “Sólo Dios tiene derecho a terminar una vida” nos dicen, nuevamente salta el cassette de la defensa plana de “la vida” y la acusación de asesinos para quienes se atrevan a sugerir la opción de terminar un sufrimiento tal vez inútil. Si en el caso del aborto dicen que no se puede terminar con una vida inocente que no tiene forma de defenderse, para la eutanasia el cuento no funciona y da lo mismo, no se puede porque… no se puede nomás. Se invoca otra vez la presencia suprema de dios, el castigo divino que nos espera por arrogarnos funciones que no nos competen. Como si estar atado de por vida a máquinas que nos ayuden a respirar o comer, confinado a una habitación sin poder moverse o padecer dolores insoportables la mitad del día y la otra mitad vivir semiinconsciente por la medicina que alivia el dolor fuera algo digno, como si obligarles a estar junto a nosotros en esas condiciones fuera un gesto caritativo y humanitario.

Mientras tanto los gurús, desde su mundo perfecto y ordenado, condenan a cientos o miles de enfermos con plena conciencia de sus decisiones a aguantar una existencia vegetal o dolorosa, así como condenan a millones de madres con sus hijos a pasar una vida dura, infeliz y a veces peligrosa, les obligan a aceptar a punta de gritos y afiches morbosos su derecho a la vida. Lo que más me asquea es que a ese grupo de gente egoísta y torpe, a esas hordas de pastores, modelitos y otros personajes, les importa un bledo la vida de las supuestas víctimas. Su verdadera motivación es la necesidad de calmar su conciencia, de creerse buenos, bellos y verdaderos defensores de valores supremos, en fin, lo que se dice creerse buenos cristianos y rectos ciudadanos. Pura caridad.

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