...Bueno, sigamos en lo nuestro, pongo harina en una cacerola, sal…, pimienta…, nuez moscada…, Sofreímos las cebollas…, el ajo, un poco de azúcar moreno…., jugo de lima… ¡de-li-cio-so!…, envolvemos la carne en la harina…mmm y a la olla. Tal como la hacia papá. ¡Es una gran receta!
…Me alegra que te gustara tanto la cena. ¡Hasta te repetiste la ración mamá! Igual que en los viejos tiempos. La carne tierna, aromática... moza rubia de trece años recién cumplidos, tal como dice la fórmula, con sus jugos intactos. Claro que a papá le quedaba mucho mejor. Es que él tenía la suerte de encontrarlas silvestres y mejor alimentadas.
Te confieso que no fue fácil lograrla en su estado justo. Ya sabes que no hay que asustar la presa porque el miedo pone la carne amarga y el sufrimiento la pone ácida. Meses de paciencia y perseverancia, hasta el golpe certero del último día. Por eso el guisado quedo perfecto. Ni ácido, ni amargo, ¡soberbio!
Bueno, con tu permiso, voy por el café.
Samuel Riel
miércoles, 23 de abril de 2008
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