Fulano tiene problemas con el alcohol. Sutano no puede parar de fumar. Mengano perdió a su mujer por andar apostando. Casos verdaderos posiblemente, pero en cierto momento perdemos el norte y afilamos las armas en contra del vicio, esa cosa tan fea que pervierte a nuestra sociedad, que arruina la vida y la salud de nuestro cuerpo. Nos olvidamos que el cuerpo lo administramos nosotros, no los publicistas de Pilsener ni los ejecutivos de Tanasa, nosotros somos quienes elegimos qué comemos, qué bebemos, con quién andamos.
Una vez más, boniticos nosotros, preferimos hacerle el quite a nuestro papel en esta ecuación de los vicios y echarle la culpa únicamente a la botella contenedora del líquido degenerador y al cilíndrico envoltorio del tabaco. Después de todo, son otros objetos como cualquiera en nuestra sociedad de consumo, no pueden saltar afuera del basurero o renacer de las cenizas para recordarnos que nosotros los fuimos a buscar, no ellos a nosotros. Quien asume su defensa son sus fabricantes, por lo que son calificados de monstruos inescrupulosos que se enriquecen a costa de la salud de millones de personas. Que yo sepa, ningún fabricante ha obligado a nadie a consumir sus productos. Somos nosotros solitos, influenciados por la publicidad, por el glamour o la presión social, quienes aceptamos –o no– utilizar tal o cual sustancia, así como compramos determinada marca de shampoo o de tallarines por recomendación de un amigo. Es lo mismo, la diferencia está en las consecuencias que el consumo nos trae. Porque no estoy negando el riesgo que trae el fumar, la cantidad de químicos en el cigarrillo bastarían para armar una bomba casera (espero que ningún chino de la Central esté leyendo esto), y es verdad que el consumo indiscriminado de alcohol nos dejará el hígado más tieso que suela de zapato, pero finalmente quien enciende el tabaquito abrigador o abre la botellita salvadora para amenizar el asunto previo sacarle los diablos, es uno mismo. Nadie más que uno.
Por mal que me caigan las corporaciones, tengo que admitir que no hay ningún funcionario de la Phillip Morris detrás de mí y obligándome a comprar una cajetilla, los de Licoresa nunca me chantajearon para que compre Trópico seco. Yo elegí consumirlos, a sabiendas de los riesgos que puede traer a mi salud, calculando los pro y los contras como cualquier comprador informado. Y los he disfrutado mucho. No siento que deba disculparme, al contrario, pienso que es muy saludable tener un par de vicios; después de todo, y citando a Aldous Huxley, una civilización no puede ser duradera sin contar con una razonable cantidad de vicios agradables. Quizás hace algunos años, cuando las cajetillas y botellas no tenían una advertencia impresa, era necesario reclamar a los fabricantes de estos queridos productos sobre el peligro de su abuso. Pero actualmente, con la cantidad de campañas, avisos, fotos y videos de moribundos que circulan alrededor del mundo, el que después venga a decir que no sabía que estas vainas son riesgosas me perdona pero tiene bien merecido su enfisema. El vinito cómplice y el tabaquito seductor no tiene vida propia para introducirse sin nuestro consentimiento, así que no nos hagamos las vírgenes ofendidas. Que yo, desmemoriado profesional, pueda recordar una cita tan larga de Huxley prueba, de paso, que no se mueren tantas neuronas después de un chupe.
¡Brindemos por eso, SALUD!
martes, 20 de mayo de 2008
Benditos vicios
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